miércoles, 18 de julio de 2012

Viaje nocturno


22:41h, estación de autobuses de Estepona, ahí comienza mi viaje de vuelta y acaban mis vacaciones nada más pisar el primer escalón del autobús.

No viajaba en autobus por la noche desde hacía mucho tiempo, pero si debe haber llovido desde entonces porque recordaba dormir acostado sobre mi madre y mi asiento en uno de esos viajes, ahora, pese a no medir dos metros, dudo que entrase en esa postura.

De inicio no tenía mala pinta, ya que en la ida que hice de día pude ver que había baño, asientos reclinables, aire acondicionado, cinturón de seguridad y hasta un echufe para cargar el móvil o mp3 que tanta rabia da cuando se queda a cero de batería.

Pero no, no fue el viaje soñado. Al llegar a mi asiento un tipo lo ocupaba, se lo dije educadamente a lo que no recibí contestación alguna, aunque por lo menos se cambió. De seguido fui a poner mis cascos en la entrada de audio de mi asiento y tenía puestos los suyos, le pedí que los quitase para poner los míos, recibiendo otro grato silencio. No entiendo a la gente antisocial. Nada más, partimos, me despedí de la familia (incluido el perro) y comenzaba la ruta de siete horas y media.

Dormir verticalmente es una dura tarea, con movimiento (curvas, carreteras sin mantener, etc) ya un imposible, pero el conductor, que era un tío sabio y ya había advertido por ejemplo de no dejar los pies al aire libre para evitar olores no deseados, puso una película. Mientras salía las primeras letras me quedé mirando la pantalla, una pantalla plana que había en la esquina y de repente otra más que baja del techo, que moderno todo. Aun recuerdo las teles de tubo, sufriendo para que cupiesen en alguna esquina del autobus, con aquella imágen llena de manchas que proporcionaba el VHS. Bueno, tras esa larga meditación una imágen salvaje apareció ante los viajeros: "Vicky el vikingo". Película de obligatorio visionado, al menos en el autobus, porque con tanta televisión plana mirase donde mirase estaba la dichosa niña o niño (nunca supe diferenciar su sexo y creo que solo un experto sexador de pollos podría hacerlo, aunque en la película dicen que es un niño). Pero gracias a los dioses, a los baches o lo que fuese la película se paró, mas o menos a la mitad de su duración, salvados. Pese al ímpetu del conductor, que puso una y otra vez el DVD, encendía las pantallas, que subían y bajaban del techo, haciendo un maravilloso ruido a estrangulamiento de gato, desisitió. Y ahí quería yo llegar, eso con el VHS no pasaba, dichosa tecnología. La lobotomía quedó a medio hacer.

Y continuo con lo de dormir, que puede llegar fracturar las cervicales. Ahora entiendo a todo aquel ente feliz de subir al autobus con su inflador para el cuello (nota mental: comprar uno si vuelvo a viajar en autobus por la noche). Debo ser muy sibarita para este tipo de cosas, porque en su mayoría todos iban dormidos, excepto aquellos que atendimos a la película de Vicky, todos localizados por quitarnos y ponernos los cascos a medida que la película iba y venía. Pero para romper el silencio nada mejor que montar un subwoofer de niños al final del autobus, de esos de uno a dos años que no alcanzan a hablar pero que al llorar alguna que otra palabra infernal sueltan, mezclada con la lágrima que penetra hasta los avernos del timpano, que majetes. Desde aquí quiero mandar un mensaje a todos aquellos padres y madres que viajan con sus hijos pequeñitos en autobus: "No viajeis de noche, el niño no duerme, quiere dormir pero no puede con tanto ruido, curvas y demás, por lo que coged un autobus de día, miran por las ventillas y es más divertido, ponen dos películas (en la ida pusieron "Cars 2", divertidísima), y ya de paso no haceis un suplicio el viaje."

Y como con lo de dormir no bastaba pues le añadimos el olor, ese olor a mezcla de bocatas de cada uno, de hecho mi compañero de asiento llevaba de choped. Yo no quise llevar nada de comer, porque eso de comer de madrugada no es lo mío, pero puse mi granito de arena, contraatacando con una ristra de ajos del campo que me dió mi tío, que pese a estar precintanda en dos bolsos apestaba.

Finalmente tomé un pañuelo de papel, preparé dos señores tapones para los oidos, me tape con la capucha de la sudadera, puse mi mochila repleta de ajos contra la ventana y a dormir. Al abrir los ojos ya habíamos llegado al destino. La hora, las 05:45h., buenos días Madrid.

Para el siguiente viaje iré mirando el tren.